
Sábado. Nueve de la noche. El frío lastima en José C. Paz. Un perro rengo cruza la calle ante la mirada de un borracho que marca huellas torcidas por la vereda. Enfrente, un cartel indica bajo la oscuridad de un farol: "Templo Umbanda Reino de Obatalá".
Adentro del templo, equivalente a un amplio garage de cerámicas, el calor se encorva bajo un techo de medias sombras. Más de 30 hombres y mujeres están parados y sentados, luciendo túnicas blancas, rojas y verdes. Esperan. Miran fijo al cronista. Sobre sus cuellos cuelgan collares multicolores que les llegan hasta la cintura.
A su alrededor hay otras 30 personas que hacen de público. El humo de cigarrillo marea. Los Atabaques (tamboriles) retumban bajito, misteriosos. En el fondo del templo, el brillo de las velas apenas alumbra una docena de figuras y estampitas de Santos, que se mezcla con el humo y el olor de la comida que se ingerirá al finalizar el ritual.

A las 9 y cuarto de la noche, El Pai Omar, dueño del templo, entra de golpe en escena, como escupido de una pequeña puerta rotosa. Tiene un holgado manto blanco, un piercing en la ceja y mirada de guerrero. Observa. Mastica lentamente un chicle. Pega un alarido indescifrable que deja en silencio a todo José C. Paz. Los tambores repican con un ritmo embriagador de batucada brasilera.
Comienza la sesión. El Pai Omar empieza a dar vueltas sobre su eje como un rombo enloquecido. Los feligreces lo imitan: los espíritus ya están en sus cuerpos... Ahora todos están poseídos por antiguos indios guerreros que bailan y hacen gestos como si lanzaran con arco y flecha.
El olor a cigarrillo ya es nauseabundo. Luego de una pausa, comienza otra vez la danza frenética y reciben el espíritu de los ancianos africanos. Por eso, claro, caminan encorvados y en círculos con un diminuto bastón y gesticulan como viejos.
Son las doce de la noche. La ceremonia continúa dentro del templo. El borracho sigue afuera con cara de frío, agachado y con las rodillas pegadas al mentón. Entonces se asoma y mira a las más de 30 personas que siguen caminando como ancianos y le besan ceremonialmente las manos al Pai. Ya lo dice el dicho: esto es creer o reventar.
"No existen inspecciones ni sanciones"
La secretaría de Culto de la Nación no controla, inspecciona ni sanciona a las organizaciones religiosas inscriptas, a pesar de que diversas sociedades protectoras de animales denuncian que los sacrificios llevados a cabo en los rituales de religiones afroamericanas son crueles. Estas prácticas están amparadas por una resolución oficial de 2005, pero, según advierten los proteccionistas, existiría una contradicción con la ley Nacional 14.346 de protección a los animales.
La resolución 2092/05, fechada el
Otra insistió también con la falta de poder de Policía. “Si el tipo declara que no hacen los sacrificios y después lo realizan, desde Culto no podemos hacer nada”, afirmó la fuente y confesó, aún contradiciendo la resolución 2092/05: “Sacrificar un animal no tiene ningún sentido”.
Texto, videos y fotos: Daniel Mecca
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