• El show de la noticia

    Hay una máxima dentro del periodismo –quizás, fruto de la necesidad de cubrir los espacios informativos sean radiales, impresos o televisivos-, que dicta que si no hay noticia se la inventa. Esta regla, que más que nada demuestra la pereza y el anquilosamiento de los profesionales de la información, también devela los profundos cambios que sufrió el periodismo, sus objetivos y los criterios que los subyacen, que ponen en jaque no solo la credibilidad de los medios, sino también el compromiso ético de los periodistas.
    Estos profundos cambios que sigilosa y gradualmente ocurren en nuestra profesión dictan una peligrosa concepción: la noticia siempre se inventa. Y podríamos agregar que también se viste, se maquilla y se prepara para salir en escena como una actriz barata de cabaret.
    En función de privilegiar el show, el tratamiento de la información cada vez menos obedece a la necesidad concreta de la ciudadanía de saber lo ocurre para poder cumplir con mejores herramientas su rol democrático.
    En el caso de la televisión, esta dramatización de la noticia -un amarillismo aggiornado por refinadas técnicas de edición casi cinematográficas-, ya no busca informar sino entretener y no importa si hablamos del último escandalete de la farándula argentina o del abuso sexual de menores por parte de un sacerdote, el criterio es el mismo para todos.
    La utilización de imágenes, sonidos y silencios para crear sentidos es una potente herramienta en medios audiovisuales, pero preocupa cuando suplanta criterios éticos en la búsqueda de informar. La construcción de sentidos sin sustento en hechos y en testimonios fehacientes que los certifiquen no tiene que ver con el periodismo y si con la ficción.
    Privilegiar la lógica del sentido común sobre el relato de los hechos, sus causas y consecuencias, no es nueva en el periodismo y siempre estuvo relacionada con la manipulación de la opinión pública y el maniqueísmo social: las cosas ocurren porque hay buenos y malos. Mientras tanto, nadie se pregunta quien permite que los malos actúen, donde obtienen recursos, quien se benefició de la situación, quien fue cómplice, que cadena de responsabilidades políticas y sociales hay detrás de cada hecho investigado.
    Estas deberían ser, y aún son, las preguntas que hacen al verdadero periodismo, o al menos al necesario.
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